Por Susy Scándali
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Todo el mundo parecía estar en la calle cuando llegué a El Salvador. El colectivo de línea nos había dejado –digo que “nos” dejó porque en el camino me encontré con otro argentino-, en medio del Mercado, donde el griterío era infernal. Estaba empezando a caer la tarde, pero los puestos seguían a pleno y cada quien voceando lo que vendía, en una confusión de ofertas a viva voz y de olores, que resultó avasallante para los dos recién llegados que caminaban sin rumbo, perdidos en la multitud. Es que ninguno de los dos sabía cómo llegar al hostel que habíamos reservado. En mi caso, nadie conocía la dirección, ni los lugareños y lo que es peor, ni los taxistas ni los policías, por lo que no me quedó otra que darme por vencida. En el caso de mi ocasional compañero, las instrucciones de varias personas nos orientaron con claridad, pero con la advertencia de que quedaba lejísimos, asì que nos dispusimos a caminar juntos para parar en el mismo lugar, un hostel con habitaciones a compartir, frente al Parque Cuscatlán, en el barrio Flor Blanca.
De a poco nos fuimos alejando del centro de San Salvador (donde está ubicado el Mercado) y comenzamos a caminar por calles más tranquilas, aunque no por eso desiertas: había gente en las veredas, en las calles, en “las rutas” (así llaman a los colectivos)…por todos lados. Cuando llegamos al enorme Parque Cuscatlán, más gente, corriendo, haciendo ejercicio, sentada en los bancos, paseando…ya era de noche para ese entonces, y parecía que nadie dormía en esa ciudad. No me aguanté más y paré a un hombre que venía caminando en familia, llevando de la mano a su nieto. Le pregunté qué celebraban. No pareció entenderme y amplié la pregunta: “¿es el santo de la ciudad?, ¿hay feriado?, ¿qué festejan?”. “Nada”, me dijo y a su vez me preguntó por qué me parecía tal cosa. Cuando le dije “porque parecen todos de fiesta…toda la gente está en la calle…”. Se sonrió y me contestó algo que escucharía muchas veces el El Salvador: “Celebramos la libertad“. El hombre se tomó el tiempo de hablar de las maras, de Bukele y de la “limpieza” que había encarado el presidente. “Salimos porque antes no podíamos. Y si, es como usted dice, como estar de fiesta…”.
Durante el tiempo que estuve en El Salvador, rumbo a Guatemala, donde se celebraría la asamblea internacional de la Red de Periodistas con Visión de Género, disfruté de esa libertad de la que el pueblo de ese país, el “Pulgarcito” de Centro América, hoy se enorgullece. Allí el movimiento comienza a las 4 de la mañana, a esa hora ya hay gente desayunando en los puestos callejeros. A las 7 ya están abiertos la mayoría de los negocios, que cierran a las 18, excepto los gastronómicos, que suelen estar abiertos hasta tarde.
Después de esa hora, la gente se vuelca a las calles, a gozar de la recién ganada “libertad”. Una libertad que, en el camino, se llevó puestos los derechos màs elementales de la ciudadanía, aunque a la sociedad en su conjunto, no le interese demasiado: se calcula que màs del 90% de las y los salvadoreños votarán nuevamente a Bukele en las próximas elecciones de febrero, aunque todos los meses, renueve el “estado de excepción” (algo asì como un estado de sitio) mediante el que encarò la lucha contra las maras, encarcelando a diario a pandilleros…y a ciudadanos que no lo son.